L
a selva del Amazonas es el último pulmón del planeta Tierra. El río Amazonas navega caprichoso entre 3 países en las fronteras naturales que separan Colombia, Perú y el Brasil. En la parte colombiana del Amazonas, la selva se convierte en una jungla espesa y llana en la que el río se desdobla en diversos brazos formando lagos como el espectacular Tarapoto, donde se pueden avistar con facilidad los delfines rosas y grises. La selva amazónica nos permite adentrarnos en sus profundidades a pie para observar diversas especies animales así como una espectacular flora endémica de unos tonos verdes fosforescentes que resaltan la virginidad del bosque pluvial.
Navegamos por las aguas del gran Amazonas entre la ciudad de Leticia y Puerto Nariño, el ritmo es sosegado y la tormenta amenaza desde lejos en la orilla peruana del río. El sol luce abrasador aunque las nubes se acercan también por el este. Atravesamos diversas comunidades indígenas de distintas etnias per-colombinas hasta llegar a nuestro albergue más allá de Puerto Nariño, un lugar sosegado ya escasos kilómetros de navegación de importantes comunidades de la etnia tikuna.
La tormenta nos pasa al lado y descarga a lo lejos sobre las orillas peruanas del Amazonas.
La noche es plácida y escuchamos los silencios y los sonidos de la selva en una caminata nocturna que nos permite descubrir la fauna endémica.
Al día siguiente visitamos diversas comunidades indígenas alternando la navegación en canoa y el senderismo. En todas las aldeas somos bien recibidos y partimos con sus habitantes, conociendo también los interesantes ritos de sus chamanes que todavía utilizan la medicina tradicional heredada de sus ancestros.
Pasamos varios días conviviendo con comunidades indígenas y explorando el río y la selva más salvaje.
Por la tarde del último día nos acercamos a Puerto Nariño, pequeña y cuidad población a orillas del río. Paseamos por sus calles y visitamos a sus artesanos, mientras degustamos diversas especialidades locales y saboreamos cervezas frías colombianas. Los niños juegan a fútbol delante del embarcadero del río y las familias nos saludan amablemente. Estas son gentes sencillas y hospitalarias que empiezan a descubrir el turismo pero siguen manteniendo el orgullo de los antiguos pueblos no sometidos. El atardecer sobre el río no nos deja indiferentes.
El último día decidimos conocer a un poco de Leticia. No es una ciudad importante aunque es la más grande del Amazonas colombiano y la única que dispone de aeropuerto. Sus calles están animadas a ciertas horas y sobre todo el bullicio nos sorprende en los mercados que se improvisan junto al gran puerto fluvial.